Una Carta a Dios

Esta es la historia de un hombre que le escribia cartas a Dios, la historia de los carteros que las recibian, y tambien de como actua Dios.

En tiempos en que no existia Internet, los carteros eran verdaderos personajes en las comunidades que les tocaban en suerte. Ellos no solo llevaban facturas y recibos como los carteros de ahora, sino que sostenian relaciones a distancia muchas veces enriquecidas con encomiendas y regalos, por lo que eran muy bien recibidos. Asimismo, cuando les tocaba llevar alguna triste noticia, eran muy sensibles y hasta sabian apoyar con gestos y palabras oportunas al destinatario.

En Lujan de Cuyo, uno de esos heroes postales fue Jose Sarmiento, prolifico cartero que supo prestar sus servicios durante decadas. Con orgullo, calculaba que durante toda su vida profesional habia distribuido mas de 100 mil piezas, tanto cartas como telegramas y encomiendas pequeñas.

Como llego a ser todo un personaje muy querido, cuando se jubiló, una radio local lo entrevistó y la intervención obvia del conductor del programa fue pedirle que contara la anécdota más inolvidable que tuvo como servidor público.

Tuve muchas anécdotas -contestó-, aunque una fue realmente llamativa… En una oportunidad, recibí una carta dirigida a Dios. El sobre decía así, Dios, sin mas datos…

Hoy que estoy jubilado, puedo confesar que, movido por la curiosidad, quise saber qué era lo que pedía el extraño remitente y, violando todas las reglas del Correo, abrí la carta. Ya no me pueden imputar por eso, porque esto que les cuento sucedió hace más de veinte años, -se atajó el legendario cartero y prosiguió:

Mi sorpresa fue mayor cuando comprobé que era la carta de un pobre hombre, quién pedía mil pesos para remediar un problema econónico de urgente necesidad.

Movido por el dramatismo de la misiva, Sarmiento se animó a revelar el caso a sus compañeros y promovió entre ellos una colecta. Entre todos reunieron 900 pesos. Juntos, colocaron el dinero en un sobre donde escribieron en el lugar del remitente: Dios, y en el del destinatario la dirección desde donde había llegado la extraña carta. Así, más rápido que de costumbre, como de ellos mismos dependía el servicio, le enviaron la ayuda al desesperado hombre.

Pocos días después se recibió en el correo otra carta con la misma dirección: Dios. Era lógicamente del mismo remitente que la anterior.

Los empleados que habian colaborado quisieron saber que decía esta vez y se reunieron en torno a Sarmiento, quién la leyó en voz alta:

Querido Dios, muchas gracias por haber contestado tán rápidamente a mi petición, pero la próxima vez te ruego que me traigas el dinero personalmente, pues esos bandidos del correo me han robado 100 pesos.

Fuente: Revista Rumbos, N°488, pág.10

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